martes, 10 de febrero de 2009

Ilusión y valentía para salir de “nuestra zona de confort”

Si queremos ser renovadores de nuestras prácticas evaluativas, es necesario una previa: abandonar la “zona de confort” que representa la evaluación, tanto cuando ejercemos como docente como cuando ocupamos en papel del “experto” en evaluaciones. Situado en esa “zona de confort” por muy consciente que seamos de la urgencia de la situación corremos el riego de sólo atinar a dar algunos pequeños retoques, algún parche con mayor o menor fortuna, a creernos que estamos cambiando, cuando en realidad tenemos una posición desde donde es muy difícil llegar a cuestionar en profundidad nuestras prácticas evaluativas.

Nuestra “zona de confort” en evaluación la representa el conjunto de creencias y acciones evaluativas a las que estamos acostumbrados, y que nos resultan cómodas, acciones que podemos hacer muchas veces sin mayor problema y no nos produce una reacción emocional especial. En cambio, lo que está fuera de nuestra “zona de confort” nos incomoda, nos produce un cierto rechazo, representa más trabajo, nos puede provocar ansiedad o nerviosismo, se tratan de actuaciones que nos son extrañas, para las cuales no nos consideramos totalmente capacitados, y que posiblemente nos van a poner en peligro. Por supuesto, si no nos ponemos en peligro estaremos seguros, así que cuando permanecemos dentro de nuestra zona nos da una sensación reconfortante de seguridad.



Pero la desventaja y el peligro es que si permanecemos dentro, somos rutinarios y estamos estancados. Nuestras evaluaciones se convierten en actividades esteriotipadas y, en muchos casos, incongruentes con nuestros puntos de partida educativos y enfoque en la enseñanza. A la luz de estas ideas, resulta interesante el trabajo realizado por Ibis Álvarez sobre las prácticas evaluativas en la universidad, a partir del análisis de publicaciones científicas de reconocido prestigio.

Pero la evaluación vista como “zona de confort” no significa solamente lo que comentamos en los párrafos anteriores; esto es,“lo que ya conozco, me es más fácil” o, lo que es lo mismo “no se hacerlo de otra manera”. La evaluación como “zona de confort” también hay que entenderla, y sobre todo es en este sentido como se entiende más el término “confort”, como el componente del proceso educativo que tiene el “poder sobre el proceso”. Pensemos por un instante si al profesorado se le quita la capacidad de evaluar y su alumnado fuera evaluado por otras personas. Sé que no es la situación común, pero, por favor, imaginémosla por un instante. Ante esta situación, lo más probable es que el profesorado se preocupara por saber cómo y bajo que criterios va a ser evaluado su alumnado a fin de orientar su modo de enseñanza. ¿Y qué haría el alumnado? Cabe esperar que si considera que la asistencia a las clases asegura el aprendizaje necesario para realizar una buena evaluación, posiblemente asistiría a sus clases. Ahora bien, si el profesor o profesora no supone ningún valor añadido a otros medios de aprendizaje posiblemente no sería asiduo a sus clases y, posiblemente no estaría ni interesado en conocerlo. Incluso, me atrevería a decir que si con aquel profesor o profesora aprende algo significativo y con sentido que no puede adquirir en otro lugar, posiblemente también asistiría y trabajaría con el profesor aunque ello no sea garantía de pasar la supuesta evaluación.

Sí, esto es lo que quisiera decir, la evaluación es nuestra zona de confort como profesores puestos que si por algún motivo el alumnado “los tenemos ahí” es porque somos los que evaluamos, si además aprenden con nosotros es cuando realmente estaremos haciendo algo bueno. No creo que el alumnado cuando entra en la universidad lo que quiere es “aprobar” -como se oye con frecuencia en las conversaciones del profesorado- creo que llega queriendo “aprender”, somos nosotros y sobre todo nuestras formas tradicionales de evaluar las que le hacen renunciar a “querer aprender” y apuntase al “aprobar como sea”.

Son necesarias nuevas propuestas evaluativas arriesgadas y aceptar que hoy tiene mayor reconocimiento el probar nuevas rutas que permanecer en las tradicionales. Reconozcamos que en evaluación hay muchas cosas agotadas desde los parámetros y desafíos actuales. Es necesario que salgamos de nuestra “zona de confort”, que, por demás, cada vez resulta menos confortable por las presiones de fuera, por la insatisfacción que sentimos en nuestro alumnado. Desarrollemos nueva actitudes y competencias generadoras de cambio y dinamismo vivo en la educación que necesita nuestro mundo actual incierto, inseguro, turbulento y rico en diversidad.

Es necesario un gesto de ilusión y valentía para conseguir romper los hábitos, enfrentarse a los temores, progresar y crecer como personas y como profesionales.