lunes, 26 de enero de 2009

¿Por qué en Educación cambia todo menos la evaluación?


Cabe preguntarnos por qué en educación se ha avanzado en muchos de los componentes del proceso de enseñanza-aprendizaje pero en evaluación no se ha visto ningún cambio importante. En efecto, las metodologías de aula han cambiado bastante, son mucho más interactivas y dinámicas que las tradicionales, los libros de textos también se diferencian muchos de aquellos libros grises de antaño, la relación profesorado-alumnado se han distendido y no son tan jeraquizadas y distante como lo eran, sin embargo, seguimos evaluando como prácticamente lo hacíamos hace cuarenta años.

Evaluamos con planteamientos evaluativos más sumativos que formativos –la evaluación diagnóstica brilla por su ausencia en la mayoría de los contextos-, con instrumentos evaluativos y procedimientos basados en código cerrado y predeteminados más que instrumentos abiertos que enfaticen la creación y recreación del conocimientos, la resolución de problemas, el trabajo creativo e innovador por parte del alumnado como muestra de su aprendizaje.
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Cuando en algún seminario para “calentar motores” sobre el tema he planteado la pregunta que anima estas reflexiones, las respuestas más frecuente se relacionan con la falta de preparación del profesorado. Es cierto. Basta para ver los programas de las asignaturas en la formación del profesorado para constatar que el tema de la evaluación es el último que aparece en la programación curricular. Y todos sabemos que ocurre con el “último tema”: o no se da o se explica de manera precipitada dando en algunos casos alguna referencia por si el alumnado quiere conocer algo del tema.
Aún reconociendo que lo escrito es cierto, no creo que la respuesta esencial a la cuestión que nos ocupa sea la falta de formación. La respuesta hay que buscarla, más que en una deficiencia de formación, en la carga de poder de la evaluación sobre el hecho educativo. Un poder que ostenta el profesorado y que contamina su relación con alumnado, que establece quién domina a quién. Un poder que muchos profesores y profesoras no están dispuesto a perder ni siquiera a compartir. En el mejor de los casos, podemos incluso pensar que no se trata de un poder moral –siendo muy bien intencionada, por eso- pero sí de un control de las acciones, que incluye por ejemplo, la reprobación o aprobación, el castigo o el premio, la subyugación o la persuasión. Desde la evaluación el alumnado se convierte en súbdito que debe obedecer a los criterios, sistemas, procedimientos interpretaciones que el profesorado-evaluador dicte y determine.

Creo que es perceptible que el profesorado vive una cierta ambivalencia ante la evaluación. Por un lado, no nos gusta las actividades evaluativas que necesariamente tenemos que hacer para calificar –nos cansa, nos aburre la época de las evaluaciones, es cuando se oyen más lamentaciones docentes- pero, por otra parte, no estamos dispuesto a renunciar – es más, en muchos casos sentimos necesidad- del “mando de la evaluación” como mecanismo del que disponemos para “motivar” e implicar al alumnado en las actividades de aprendizaje. En este sentido, la evaluación se constituye en un arma profesional que nos proporciona seguridad y a la cual nos resulta muy difícil de renunciar. No deja de ser un refugio en lo momentos más difíciles de nuestras relaciones didácticas.

Desde esta función de control y de bubordinación es como se puede comprender que la evaluación no haya avanzado a modelos más democráticos y dialógicos que podemos observar en otros elementos del hecho educativo. En efecto, para estas funciones y otras similares de las que se ocupa la evaluación, viene bien los planteamientos tradicionales caracterizados por ser un:
- proceso autocrático y unidireccional, donde la evaluación está en manos del profesorado con un papel nulo para el alumnado,
- temporalizada en momentos puntuales que domina el profesor,
- con un sistema evaluativo homogéneo para todo el alumnado para comodidad del profesorado y en aras de a defensa de una mal entendida justicia en la evaluación
- y esperando que el alumnado se ajuste al conocimiento elaborado y transmitido por el profesorado pues así “quedan claros los criterios de evaluación” –cuando, en la realidad, carecen de transparencia- más que facilitar la creatividad y apuesta personal del alumnado por su aprendizaje.
Necesitamos salir de este refugio para poder llegar a realizar planteamientos evaluativos realmente novedosos y acordes a los momentos actuales. Un salto importante en pensamiento, en nuestro sentido de la "seguridad" y "confianza" en nuestro quehacer educativo si queremos aportar algo interesante en evaluación.

viernes, 16 de enero de 2009

Algunos interrogantes como punto de partida

Reinventar, redefinir, repensar, recrear son conceptos que aparecen con frecuencia en los escritos y conversaciones del mundo de hoy. Además, lo más grande es que no es necesario se un “ista” de algo para incorporar estos vocablos en la conversación cotidiana. Es sólo el resultado de un hecho incontestable: una sociedad que avanza con un dinamismo incontrolable en un sentido y unas estructuras sociales, modelos mentales y organizativos que no sólo van quedando totalmente obsoletos sino que resultan pTamaño de fuenteesadas lozas de mover que dificultan el devenir de los mismos acontecimientos.

Este fenómeno de desajuste –entre una realidad que corre como un lince y unas instituciones y organizaciones que van a su “tempo”- lo vivimos de forma global y en todos los niveles del quehacer humano; piénsese en los momentos económicos que vivimos y las sugerencias de “búsqueda de nuevos modelos” que oímos en los parlamentos de nuestros “reconocidos economistas”. Particularmente, en el área la educación que es donde yo me ubico emocional y profesionalmente, no es exagerado decir que la brecha entre la sociedad y el centro educativo ha crecido espectacularmente en las últimas décadas. Baste un paseo por el mundo educativo para percibir una distancia importante entre la creciente complejidad de los problemas educativos que debemos afrontar hoy como sociedad y la capacidad de nuestras instituciones educativas y nuestra formación pedagógica para hacerles frente. Tenemos unos centros que fueron creados en un contexto donde la homogeneización constituía el eje vertebrador del quehacer educativo, pensados para un currículo fragmentado en disciplinas y para un proceso de aprendizaje preocupado más el desarrollo lógico y racional del alumnado que de su vida emocional espiritual.

Hemos avanzado algo durante estos años, más por la iniciativa y el entusiasmo de muchos profesores y profesoras que por normativas o regulaciones. Pero aún estamos lejos del cambio profundo que está requiriendo la educación formal hoy, si con ella queremos contribuir al desarrollo de ciudadanos, no solamente bien informados, sino con competencias para vivir la diversidad y multiculturalidad de manera constructiva, sa
berse manejar en la incertidumbre y complejidad de la sociedad actual, ser agentes activos y participativos de la vida social y conducirse en la vida de manera integrada sabiendo armonizar la vida familiar, personal y profesional, viviendo desde su totalidad como persona racional, emocional y espiritual. Un cambio muy significativo tenemos que afrontar si apostamos por una educación integral que contemple a la persona en su totalidad y no independiente del medio y entorno en que vive, sino en permanente interacción –ecoformación- y responsable del mismo.

Y ya centrándome en la evaluación. Los que trabajamos en esta área sabemos que de siempre ha existido una gran distancia entre los planteamientos teórico-metodológicos que se ofrecían en la literatura especializada y las practicas evaluativas que se observaban en la realidad cotidiana de las aulas, de los programas y en los centros educativos.

Pero es más, hoy podríamos decir que la realidad educativa actual y, en particular, el perfil del alumnado que llega a nuestras aulas así como lo que se ha avanzado en la teoría organizacional, no sólo hacen obsoletas unas prácticas, que ya lo eran, sino que exigen nuevos, creativos e innovadores planteamientos evaluativo. Es necesaria una transformación y un cambio profundo tanto en la misma concepción sobre el sentido y significado de la evaluación educativa como en la concreción metodológica del proceso evaluativo, en las técnicas, estrategias e instrumentos de evaluación a utilizar

Necesitamos más que nunca ser creativos, innovadores, dejar rutinas y emprender el riesgo que supone el buscar nuevos planteamientos en evaluación, nuevos sistemas evaluativos y manera de evaluar, acordes a los nuevos perfiles del alumnado, a los nuevos roles del profesorado, a la manera como hoy se entiende y debe vivirse la comunidad educativa, a los nuevos requerimientos sociales en términos de competencias y de interdisciplinariedad del saber.

Es necesario dar un salto de pensamiento importante para comprender lo que ocurre hoy en los centros educativos, hay que mirar fuera de la escuela para entender lo que pasa hoy en ella. Es necesario comprender que los cambios que requiere nuestro contexto educacional son de otra naturaleza. Cabe preguntarnos que si nuestro alumnado está cambiando, la sociedad cambia y cambian también las organizaciones donde transcurre los aprendizajes, cómo afecta todo esto a la evaluación. Para organizar un poco nuestra reflexión podríamos hacernos estas preguntas:
a) ¿Qué evaluación para qué alumnado? Es inevitable preguntarnos cómo tendríamos que afrontar la evaluación de una generación de alumnos y alumnas que se evidencian como totalmente diferentes cognitiva, emocional y espiritualmente a las generaciones anteriores. Cómo podemos contribuir con la evaluación a su desarrollo y autorrealización.
b) ¿Qué evaluación para qué productos de aprendizaje? Aquí nos tendríamos que cuestionar nuestros procedimientos evaluativo a la luz de los nuevos productos de aprendizaje que hoy se requieren; nos preguntaríamos qué sistemas de evaluación permitirían recoger evidencias sobre los resultados de aprendizajes que hoy interesan valorar, mucho más complejos y holísticos que los tradicionales. Es nuestro reto trabajar por competencias y evaluar competencias, y sobre todo aquellas de naturaleza transversal como son las competencias para tratar con la complejidad, para tratar la ambigüedad y la incertidumbre, para actuar con sensibilidad y respeto del contexto, para ser cooperativo, para gestionar la motivación, la emoción y el deseo o, la tan importante, como es la competencia para gestionar el propio aprendizaje.
c) ¿Qué evaluación para qué organizaciones? Nos preguntaríamos, cómo deberíamos abordar la evaluación institucional y de centro que recoja los avances realizados en el análisis y estudios de las organizaciones, cómo aprenden y cómo cambian las organizaciones para desde ahí incidir en procesos evaluativos que potencien la acción colectiva e institucional de los centros de educación.
d) ¿Qué evaluación para qué sociedad? Necesitamos preguntarnos cuáles son las claves socio-educativas que configuran la sociedad actual y su sistema de relaciones que, sin duda, de alguna manera incide y contribuye a configurar el fenómeno educativo, pero también qué contribuciones podríamos hacer desde el proceso evaluativo a una sociedad para que se maneje en claves de equidad, solidaridad e inclusión. Sin duda, la forma de evaluar, la cultura de evaluación que propiciemos facilita el desarrollo de unas u otras formas actuar, de comportarse, de ser y de relacionarnos; en definitiva, de crear un tipo u otro de de ciudadanía.

Cualquiera de estos interrogantes abre una gran perspectiva de trabajo, de profundizar sobre la naturaleza de evaluación educativa que necesita el mundo de hoy. Desde ellos o desde otros alineamientos podemos ir compartiendo pensamientos, sugerencias, reflexiones, experiencias e ir construyendo ese conocimiento colectivo compartido que tanto nos hace falta.

miércoles, 14 de enero de 2009

La Cenicienta de la educación

Con este blog quisiera crear un espacio para compartir reflexiones, propuestas y prácticas en un tema que considero de capital importancia en educación: la evaluación. Es bien conocido que es la evaluación, el cómo evaluamos, lo que orienta el proceso de aprendizaje de nuestro alumnado y, en definitiva, lo que acaban aprendiendo; por algo será que lo primero que éste quiere saber de su profesor o profesora es cómo va a ser evaluado. Baste visualizarnos en nuestro primer día clase, donde explicamos y mostramos al alumnado cómo va ser la asignatura, sus objetivos, los núcleos temáticos, cómo tenemos previsto desarrollar el programa, etc., si algún alumno se atreve a romper la timidez de este primer día para hacer alguna pregunta, ésta sin duda no se refiere a si daremos más o menos este contenido, si profundizaremos en esto o aquello, no, la pregunta ineludiblemente busca precisar mejor el sistema de evaluación previsto y es en este tema donde se puede animar la participación de los demás compañeros.

Y si aceptamos que es la evaluación la que orienta los esfuerzos del alumnado, la que dirige las estrategias de aprendizaje que pone en juego, la que en definitiva determina que los resultados del proceso educativo sean unos y no otros, ¿Cómo hemos podido tenerla tan abandonada? ¿Por qué juega ese papel de cenicienta en el proceso siendo tan decisiva su influencia en el resultado final?


Me he referido en los párrafos anteriores a la evaluación de los aprendizajes solo para ilustrar las ideas. Pero, quisiera abordar el tema de la evaluación de una manera amplia, incluyendo también los planteamientos referentes a la evaluación de programas, de centros, productos, etc., tanto en el contexto formal como no formal.

He tomado este título de Evaluación 2.0 para el blog, no en el sentido que lo utiliza
Fernando Santamaria o R.J. Elliot que, siendo muy interesante sus aportaciones, la entiende como la evaluación que utiliza los recursos de la web 2.0. Yo tomo la metáfora de internet como una manera de decir que los cambios que vivimos son de tal calado que necesitamos revisar y redefinir lo que tenemos desde otros parámetros, superar los modelos actuales y buscar otros más acordes con las exigencias y retos educativos del mundo actual. Y es así que cuando me refiere a la Evaluación 2.0 tengo en mente la necesidad de ser tremendamente creativos para buscar nuevas concepciones y nuevas prácticas evaluativas que respondan a las exigencias del alumnado que hoy tenemos en nuestras aulas, a la evaluación de unos centros educativos que deben se organizaciones que crean conocimiento, aprenden y cambian y a la sociedad misma que requiere ciudadanos democráticos, participativos y comprometidos con un desarrollo humano éticamente sostenible. Cómo entendemos la lógica de la evaluación… cómo la planteamos… que atributos ponemos en juego cuando la realizamos… qué cultura de evaluación queremos desarrollar sin duda tiene que ver con qué tipo de educación queremos potenciar y, con ello, hacía donde queremos avanzar como personas y como sociedad.