viernes, 16 de enero de 2009

Algunos interrogantes como punto de partida

Reinventar, redefinir, repensar, recrear son conceptos que aparecen con frecuencia en los escritos y conversaciones del mundo de hoy. Además, lo más grande es que no es necesario se un “ista” de algo para incorporar estos vocablos en la conversación cotidiana. Es sólo el resultado de un hecho incontestable: una sociedad que avanza con un dinamismo incontrolable en un sentido y unas estructuras sociales, modelos mentales y organizativos que no sólo van quedando totalmente obsoletos sino que resultan pTamaño de fuenteesadas lozas de mover que dificultan el devenir de los mismos acontecimientos.

Este fenómeno de desajuste –entre una realidad que corre como un lince y unas instituciones y organizaciones que van a su “tempo”- lo vivimos de forma global y en todos los niveles del quehacer humano; piénsese en los momentos económicos que vivimos y las sugerencias de “búsqueda de nuevos modelos” que oímos en los parlamentos de nuestros “reconocidos economistas”. Particularmente, en el área la educación que es donde yo me ubico emocional y profesionalmente, no es exagerado decir que la brecha entre la sociedad y el centro educativo ha crecido espectacularmente en las últimas décadas. Baste un paseo por el mundo educativo para percibir una distancia importante entre la creciente complejidad de los problemas educativos que debemos afrontar hoy como sociedad y la capacidad de nuestras instituciones educativas y nuestra formación pedagógica para hacerles frente. Tenemos unos centros que fueron creados en un contexto donde la homogeneización constituía el eje vertebrador del quehacer educativo, pensados para un currículo fragmentado en disciplinas y para un proceso de aprendizaje preocupado más el desarrollo lógico y racional del alumnado que de su vida emocional espiritual.

Hemos avanzado algo durante estos años, más por la iniciativa y el entusiasmo de muchos profesores y profesoras que por normativas o regulaciones. Pero aún estamos lejos del cambio profundo que está requiriendo la educación formal hoy, si con ella queremos contribuir al desarrollo de ciudadanos, no solamente bien informados, sino con competencias para vivir la diversidad y multiculturalidad de manera constructiva, sa
berse manejar en la incertidumbre y complejidad de la sociedad actual, ser agentes activos y participativos de la vida social y conducirse en la vida de manera integrada sabiendo armonizar la vida familiar, personal y profesional, viviendo desde su totalidad como persona racional, emocional y espiritual. Un cambio muy significativo tenemos que afrontar si apostamos por una educación integral que contemple a la persona en su totalidad y no independiente del medio y entorno en que vive, sino en permanente interacción –ecoformación- y responsable del mismo.

Y ya centrándome en la evaluación. Los que trabajamos en esta área sabemos que de siempre ha existido una gran distancia entre los planteamientos teórico-metodológicos que se ofrecían en la literatura especializada y las practicas evaluativas que se observaban en la realidad cotidiana de las aulas, de los programas y en los centros educativos.

Pero es más, hoy podríamos decir que la realidad educativa actual y, en particular, el perfil del alumnado que llega a nuestras aulas así como lo que se ha avanzado en la teoría organizacional, no sólo hacen obsoletas unas prácticas, que ya lo eran, sino que exigen nuevos, creativos e innovadores planteamientos evaluativo. Es necesaria una transformación y un cambio profundo tanto en la misma concepción sobre el sentido y significado de la evaluación educativa como en la concreción metodológica del proceso evaluativo, en las técnicas, estrategias e instrumentos de evaluación a utilizar

Necesitamos más que nunca ser creativos, innovadores, dejar rutinas y emprender el riesgo que supone el buscar nuevos planteamientos en evaluación, nuevos sistemas evaluativos y manera de evaluar, acordes a los nuevos perfiles del alumnado, a los nuevos roles del profesorado, a la manera como hoy se entiende y debe vivirse la comunidad educativa, a los nuevos requerimientos sociales en términos de competencias y de interdisciplinariedad del saber.

Es necesario dar un salto de pensamiento importante para comprender lo que ocurre hoy en los centros educativos, hay que mirar fuera de la escuela para entender lo que pasa hoy en ella. Es necesario comprender que los cambios que requiere nuestro contexto educacional son de otra naturaleza. Cabe preguntarnos que si nuestro alumnado está cambiando, la sociedad cambia y cambian también las organizaciones donde transcurre los aprendizajes, cómo afecta todo esto a la evaluación. Para organizar un poco nuestra reflexión podríamos hacernos estas preguntas:
a) ¿Qué evaluación para qué alumnado? Es inevitable preguntarnos cómo tendríamos que afrontar la evaluación de una generación de alumnos y alumnas que se evidencian como totalmente diferentes cognitiva, emocional y espiritualmente a las generaciones anteriores. Cómo podemos contribuir con la evaluación a su desarrollo y autorrealización.
b) ¿Qué evaluación para qué productos de aprendizaje? Aquí nos tendríamos que cuestionar nuestros procedimientos evaluativo a la luz de los nuevos productos de aprendizaje que hoy se requieren; nos preguntaríamos qué sistemas de evaluación permitirían recoger evidencias sobre los resultados de aprendizajes que hoy interesan valorar, mucho más complejos y holísticos que los tradicionales. Es nuestro reto trabajar por competencias y evaluar competencias, y sobre todo aquellas de naturaleza transversal como son las competencias para tratar con la complejidad, para tratar la ambigüedad y la incertidumbre, para actuar con sensibilidad y respeto del contexto, para ser cooperativo, para gestionar la motivación, la emoción y el deseo o, la tan importante, como es la competencia para gestionar el propio aprendizaje.
c) ¿Qué evaluación para qué organizaciones? Nos preguntaríamos, cómo deberíamos abordar la evaluación institucional y de centro que recoja los avances realizados en el análisis y estudios de las organizaciones, cómo aprenden y cómo cambian las organizaciones para desde ahí incidir en procesos evaluativos que potencien la acción colectiva e institucional de los centros de educación.
d) ¿Qué evaluación para qué sociedad? Necesitamos preguntarnos cuáles son las claves socio-educativas que configuran la sociedad actual y su sistema de relaciones que, sin duda, de alguna manera incide y contribuye a configurar el fenómeno educativo, pero también qué contribuciones podríamos hacer desde el proceso evaluativo a una sociedad para que se maneje en claves de equidad, solidaridad e inclusión. Sin duda, la forma de evaluar, la cultura de evaluación que propiciemos facilita el desarrollo de unas u otras formas actuar, de comportarse, de ser y de relacionarnos; en definitiva, de crear un tipo u otro de de ciudadanía.

Cualquiera de estos interrogantes abre una gran perspectiva de trabajo, de profundizar sobre la naturaleza de evaluación educativa que necesita el mundo de hoy. Desde ellos o desde otros alineamientos podemos ir compartiendo pensamientos, sugerencias, reflexiones, experiencias e ir construyendo ese conocimiento colectivo compartido que tanto nos hace falta.

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